martes, 29 de noviembre de 2011
REPORTAJE
miércoles, 2 de noviembre de 2011
El taller de los Haft
Los asistentes al taller de producción y realización de documentales sobre la naturaleza impartido por el matrimonio Haft (Jan y Melanie) en la Universidad de Navarra hemos tenido la oportunidad de visualizar y analizar dos tipos distintos de películas, a saber, las de ámbito geográfico y los de temática ecológico-ambiental. ¿Qué características son las que los diferencian?
Cintas como la dedicada a los Alpes o la presentada al festival Telenatura este año (que tiene por objeto la tundra noruega) se encuadran dentro de la categoría de documentales de ámbito geográfico. En ellos lo central es la flora y/o fauna de un lugar concreto, por lo que todas (o casi todas) las imágenes deben haber sido grabadas en la zona en cuestión. En este sentido, las referencias a lugares específicos dentro de la propia historia son fundamentales.
Asimismo, la propia temática tratada implica en estos casos una serie de inconvenientes en cuanto al enfoque se refiere, entre los que destaca uno: el hecho de verse los autores limitados en la grabación de las imágenes y la configuración del guión por unas fronteras no naturales, sino políticas, artificiales. Además, al menos en el caso de los Haft, estas películas se realizan por encargo, no por iniciativa propia, y eso se nota, sobre todo, en el tratamiento estético y en la unidad del relato.
Ambas características están más trabajadas en el segundo tipo de documentales, a saber, los de temática ecológico-ambiental, tales como el del bosque (que ganó el premio a mejor película en el festival Telenatura hace un par de años) y el del campo de amapolas. En efecto, en ambas la identidad artística de los autores se encuentra mucho más plasmada en sus características estéticas: los tipos de planos, el tratamiento de la luz, etc.
En ambas, a diferencia de lo comentado respecto a las anteriores, la localización geográfica específica deja de ser importante y por tanto no se mencionan lugares concretos reconocibles por el espectador; de hecho, las imágenes pueden perfectamente haberse grabado en zonas diversas. Aquí lo trascendental más bien es mostrar las características concretas de un tipo de hábitat, no dónde se encuentre en el mundo real el escenario que aparece en pantalla.
Igualmente, el guión presenta una mayor cohesión, todos los aspectos están conectados. Lo que se quiere contar en estos casos es una historia, por lo que se percibe una carga dramática mucho mayor. El hecho de que sea un tema que apasione a los propios documentalistas y tengan más libertad de acción favorece el que puedan centrarse en uno o dos “personajes principales” (un ratón, una abeja, etc.), construyendo el relato a su alrededor.
En definitiva, las diferencias entre estos dos tipos de documentales se pueden resumir en tres, muy relacionadas entre sí: la localización de las imágenes, el realizarlo por encargo o por interés propio y la cohesión narrativa del relato.
martes, 1 de noviembre de 2011
Unos lobos con premio
El viernes pasado tuvo lugar la entrega de premios del festival Telenatura de la Universidad de Navarra. El acto tuvo lugar en el Planetario de Pamplona, donde se habían ido proyectando durante la semana algunas de las películas presentadas, de las cuales un par han sido ya comentadas en entradas anteriores de este blog.
Con un auditorio lleno, el acto se alargó quizás excesivamente. A la gran cantidad de categorías con premio (más de una decena, entre las que se incluían una a la mejor difusión de la ciencia, otra al mejor documental de producción nacional, una tercera al de mejor valores ecológicos, etc.) se unieron los discursos de las diversas personalidades, como la decana de la facultad de comunicación de la Universidad de Navarra o el concejal de medio ambiente del ayuntamiento de Pamplona (sin olvidar a los propios premiados).
A la prolongación excesiva en el tiempo contribuyó, asimismo, el hecho de que la de este año fuera la décima edición del festival, algo que al parecer todos los invitados se vieron en la obligación de comentar repetidas veces.
Los galardones fueron a parar a los más diversos lugares: desde Segovia hasta Nueva Zelanda, pasando por Japón o Australia. Pero la ganadora de la categoría principal (mejor película) fue una coproducción de varios países europeos, entre los que se encuentran Austria, Ucrania o Bielorrusia. Siguiendo la tradición, se proyectó como conclusión del acto (tras las fotos de rigor con todos los galardonados).
Este documental, el mejor según el jurado de todos los presentados este año al festival, se centra en un tema original e interesante: los lobos que viven en la zona de exclusión humana que el desastre nuclear en la central de Chernóbyl creó hace 25 años. Con riesgo de su propia salud, un grupo de científicos rodó durante cien días en ese lugar deshabitado, al que sólo se puede acceder con guía y mediante un permiso especial. Su intención era la de estudiar la fauna radioactiva del lugar, y especialmente los lobos, cúspide de la cadena alimentaria.
Desde el punto de vista del guión, la cinta se sitúa entre el de las aguas que rodean Japón y el de la tundra noruega comentados anteriormente, pero más cercano al primero. La causa es sencilla: no se trata propiamente de mostrar el aspecto de la naturaleza sino de documentar una investigación científica, por lo que son frecuentes las entrevistas a expertos y la aparición en pantalla de los propios científicos mientras llevan a cabo sus indagaciones. Por lo demás, la película resulta interesante, aunque pierde algo de fuerza tras un muy buen arranque.
La Noruega salvaje
Si el miércoles en el Planetario de Pamplona pudo verse la biodiversidad de las aguas de Japón, al día siguiente se trataba de un medio y de un país totalmente distintos. La proyección que el jueves ofrecía el festival Telenatura de la Universidad de Navarra era una de las películas que integran el ciclo “Wild Scandinavia” (“Escandinavia salvaje”) de uno de los canales de la televisión alemana. En concreto, se trataba del episodio dedicado a Noruega, de unos cincuenta minutos de duración y a cargo del director germano Jan Haft.
Este documental tenía un tono casi completamente distinto al que le había precedido, pues prefería mostrar a explicar. Como resultado, no aparecían en pantalla científicos ni expertos; de hecho, el único rastro del ser humano en toda la película era la propia voz del narrador. Al mismo tiempo, la belleza estética y el realismo de las imágenes estaban mucho más cuidados de lo que suele ser habitual en este tipo de cintas.
Este detallismo y sensibilidad artística quedaban patentes sobre todo en el tratamiento visual de imágenes como las de los bisontes que habitan en la tundra. Unas escenas cuya belleza se vio empañada por cierto problema que hubo en la coordinación entre sonido e imagen. A este respecto, hay que decir que al día siguiente, en el taller que impartió el matrimonio Haft (Jan y Melanie, director y editora) en la propia Universidad de Navarra, algunos tuvimos la oportunidad de disfrutar de las espectaculares peleas entre estos bisontes noruegos sin problemas de sonido.
Lo que no faltó en la proyección del jueves fue el tono ecologista, especialmente hacia el final del documental: una vez mostrado el atractivo de la flora y fauna de esos lugares, la llamada a su adecuada conservación llegaba más hondo y resultaba por tanto mucho más efectiva.
El coloquio posterior fue agradable y distendido. Los Haft estaban presentes en el auditorio y se mostraron dispuestos a contestar con gran simpatía todas las preguntas de los presentes (con la mediación de una moderadora, que ejercía a la vez de traductora), prestándose incluso a ponerse en contacto con ellos y resolver otras posibles dudas a través de su correo electrónico.
La nota “cómica” la puso cierta señora que preguntó hacia el final del coloquio y que insistía en comentar sus ideas incluso después de haber formulado su pregunta y haber recibido contestación. De hecho, una vez acabado el acto podía verse aún a dicha señora, volviendo a exponerle a algún pobre asistente sus críticas a las agencias de viajes y sus anhelos de encontrarse en soledad frente a frente con la naturaleza salvaje, mientras su interlocutor buscaba desesperadamente algún modo de quitársela de encima.
El secreto de las aguas de Japón
El pasado miércoles se proyectó en el Planetario de Pamplona la película “Wild Japan”, dentro del ciclo que organiza el festival Telenatura de la Universidad de Navarra. La cinta trata de mostrar la biodiversidad existente en las aguas que rodean Japón, argumentando que ésta es la mayor del mundo, explicando los factores naturales que contribuyen a ello y haciendo un llamamiento a la conservación de su delicado equilibrio.
Precisamente por su temática, el documental tiene a su favor el hecho de estudiar un ambiente (el marino) menos conocido para el público en general, y más proclive a la espectacularidad de las imágenes. De esto se aprovechan muy bien sus creadores, mostrando algunas escenas estéticamente atractivas y otras incluso inéditas, como las grabadas en las profundidades del océano.
Se agradece especialmente su tono didáctico, tal y como se comentó en el coloquio posterior a la proyección de la película. En este sentido, ayuda sobremanera la aparición en escena de científicos realizando sus investigaciones mientras explican al público sus métodos y qué están haciendo exactamente.
Esta agradable sensación se ve confirmada, asimismo, por la combinación de imágenes reales con otras generadas por ordenador (gráficos, mapas, etc.), que ayudan al espectador a situarse y comprender mejor aquello de lo que se le está hablando, más allá de la propia belleza estética de las escenas filmadas. El único inconveniente de esta combinación son los momentos en que se convierte en mezcla indiscriminada, es decir, las escenas en que sobre una imagen real se introducen sobreimpresionados pequeños efectos informáticos que no tienen ninguna finalidad didáctica o explicativa, sino meramente artística u ornamental.
El hecho de verse en el idioma original (con subtítulos en inglés, eso sí) no restó nada al film, sino más bien al contrario: le aportó aún si cabe más realismo y más riqueza de detalles, especialmente en los momentos en que aparecía la “conductora” (una joven actriz japonesa), sobre la que recaía la tarea de asegurar la continuidad narrativa del guión.
Por último, es de destacar el matiz ecologista del documental, que revela cómo la enorme diversidad biológica del ecosistema mostrado es fruto de un delicado equilibrio, resultado a su vez de la suma de distintos factores físico-ambientales, que el hombre puede alterar y romper si no se vuelve más cuidadoso.